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Teatro en cuarentena

Por Humberto Robles/@H_Robles

Yo no aspiro a nada, no aspiro siquiera a eso que llaman la posteridad; yo no aspiro a nada, yo solo aspiro a haber sido útil“, Eusebio Leal (1942-2020)

A raíz de la pandemia, la cual se ha extendido más de lo deseado, muchos teatreros independientes han tenido que buscar diferentes medios para mostrar su trabajo, encontrarse con el público y generar recursos para subsistir. Frente a la grave crisis de salud y económica, estos artistas han tenido que hacer gala de su creatividad para adaptarse a las circunstancias y sobrevivir.

Por tal motivo, ha habido una cantidad enorme de talleres, charlas, conferencias y obras de teatro transmitidas en línea. En este sentido, creo que todo es válido para encontrarse, entretener, educar, mantenerse vigente y obtener ganancias, ya que los recintos culturales se encuentran cerrados y otros, si acaso, con un aforo permitido del 25%. Esta situación se agrava en el caso de los creadores independientes ya que la mayoría vive al día, no cuenta con le menor apoyo institucional y sus ingresos siempre han sido muy irregulares.

Sobre las obras vía internet, muchos se debaten si es o no es teatro. Quizás no, en un sentido ortodoxo, ya que se trata de un acto presencial: la comunión entre espectadores y actores. Sin embargo, ¿acaso importa lo que sea o cómo se llame? No, el teatro debe reinventarse y, sobre todo, adaptarse al difícil presente que vivimos. El director de teatro Fernando Yralda escribió en redes: “El espacio digital sustituyó al físico, y en búsqueda de darle sentido a lo que hacemos, fluye como la sangre de una herida. Ahora que se abran los teatros, las cicatrices de esas heridas serán parte de nuestra memoria…”.

Es así como hemos visto obras, ya sea previamente grabadas o transmitidas en vivo, actuadas frente a una cámara, con poca iluminación o escasos elementos, lo cual, comparado con otras plataformas donde hay series o películas de gran producción, resulta algo muy modesto. Sin embargo y a pesar de esto, en algunos casos hemos sido testigos de una entrega actoral que conmueve; actores y actrices que nos abren las puertas de sus casas y nos invitan a estas, o a pequeños foros, para envolvernos en una ficción. Además, cabe señalar que, gracias a estas transmisiones, estos montajes han sido vistos en muchas latitudes del mundo, algo que el teatro convencional no consigue.

Otro modelo que se abre paso es lo que denominan “oferta cultural híbrida”: montar espectáculos en un teatro con el aforo permitido de asistencia, los cuales, a la vez, son transmitidos vía internet. Asimismo, ya se está pensando en llevar obras de teatro, danza, cabaret u otras artes escénicas, a las plazas y a espacios al aire libre. Una excelente idea para que, ¡por fin!, la cultura salga de los recintos convencionales y se muestre a la población, algo que debimos haber hecho siempre, independientemente de la pandemia, para democratizar el arte, quitarle su petulante carácter elitista y mostrarlo a todo tipo de gente, mucha que tal vez nunca ha asistido a un teatro.

En contraparte, también vemos a algunos oportunistas: grupos que se hacen llamar “independientes”, aunque en realidad llevan años subvencionados por el Estado, los cuales ya cuentan con financiamiento de programas como “México en Escena”, que además obtuvieron apoyo del programa “Contigo en la distancia”, y que ahora encima cobran por las obras que transmiten. También vemos a otros artistas que han vivido del erario durante mucho tiempo, defensores del viejo y corrupto Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes), y que ahora se aglutinan en frentes, movimientos o asociaciones cuyo único objetivo parece ser el de exigirle al gobierno que les facilite más recursos. Ante la presión, las instituciones se comprometieron a otorgarles préstamos y financiar un Banco de Funciones, sin embargo, no hay certeza de que haya presupuesto para ello.

La actitud de los inconformes nos recuerda una nota publicada en Russia Today donde se informa que, durante la cuarentena, una población de monos se volvió agresiva al no recibir comida por parte de los turistas. Es una buena analogía de aquellos grupos e individuos habituados a recibir dádivas y prebendas del Estado; con tantos recursos recibidos, no han sabido volverse autosustentables para ser realmente independientes y generar sus propios recursos; entonces, cuando el Estado no los provee, se tornan sumamente virulentos.

Por su lado, de una forma por demás congruente y honesta, la actriz María Balam reflexionó respecto al quehacer teatral: “Absurdo el quererme aferrar a una actividad que claramente no es esencial ni brinda la ayuda adecuada en estos días. Absurdo el quererme convencer de que la gente lo “necesita” y que le hacemos un “bien” cuando en realidad sólo tratamos de justificar esta carrera egocéntrica e inútil, o al menos así me lo parece a mí en estos momentos […] La gente está perdiendo seres queridos, empleo, dinero, casa y estabilidad emocional, y el gremio artístico, preocupado por seguir siendo visto y admirado […] Necesitamos más silencio de ficciones para escuchar verdaderamente los sonidos de la realidad. Ya habrá tiempo para ficciones.

Estas palabras deberían llevarnos a cuestionar nuestra comodidad burguesa y obligarnos a atender lo que es urgente en este instante. Porque, mientras unos afirman que no viven del aplauso, que hay artistas muriendo de inanición, y a otros les parece “delirante” tener que leer y entender una convocatoria oficial a fin de obtener recursos, la realidad rebasa a las comunidades indígenas desplazadas de Chiapas que siguen siendo acosadas por grupos paramilitares. Además de la desnutrición crónica que padecen, los niños y niñas de Aldama sufren los efectos de esta guerra de baja intensidad que han padecido desde hace años y que alivia la labor indispensable del Fideicomiso para la salud de los niños indígenas de México. Que baste este ejemplo sobre cuestiones vitales solo por no abordar otras como la labor heroica de los médicos arriesgando sus vidas, la alta taza de mortalidad provocada por la Covid-19, o tragedias como la de Bierut.

Esperemos que esta pandemia sirva para que todos razonemos sobre nuestros privilegios de clase, sobre nuestra labor creativa, cómo y dónde la hacemos, para quién, y cuál es la función social del arte y de la cultura, no solo en tiempos extremos como el actual, sino también en la llamada “nueva normalidad”.

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