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Tierra y libertad, aunque sea en el subsuelo

Visitando las minas de Tiza, pertenecientes al ejido de Santa María Ixcotla, Tlaxcala.

Por Cristian Jiménez Machorro/ @CuentistaDePue

A las espaldas de la 23ava región militar, en el estado de Tlaxcala, se encuentra una serie de pueblos que cuentan con una riqueza inmensa  pero poco explorada; tal es el caso de las minas de Tiza del Ejido de San Francisco la Blanca, que se encuentran unos kilómetros al norte de San Tadeo Huiloapan y a las cuales llegamos tras más de una hora de camino sobre una suerte de carretera que atraviesa las montañas al norte de la capital del Estado y que conecta a la urbe con la vía de Hueyotlipan a Apizaco.

En la orilla de la carretera se logran apreciar anuncios elaborados sobre madera pintada, mismos que indican la desviación a las cuevas artificiales, y que a pesar de estar en medio de campos de cultivo nos advierten que comenzaremos el descenso a las barrancas de la zona, en el comienzo de la bajada podemos encontrar a Doña Constantina y Doña Virginia, las encargadas de cobrar el acceso a la zona durante los días viernes.

La charla se aperturó con Constantina, quien sentada a la sombra de un árbol y tratando de protegerse del sol a través de un sombrero de paja hablaba sobre la lucha que existió para que el ejido nahua de San Mateo Huexoyucan obtuviera la libertad para explotar la tierra de la manera en que decidieran, hablando sobre una lucha que sucedió hace más de treinta años, tiempo en el cual los ejidatarios trabajaban para una empresa que les pagaba por mano de obra y extracción, pero en el momento que los sueldos se vieron minúsculos frente al encarecimiento de la vida y los obreros originarios de la zona decidieron pedir un aumento, recibieron por respuesta una negativa contundente e incluso se les mencionó que la empresa era dueña de la mina.

Incrédulos ante tal afirmación, los pobladores decidieron pedirle asesoría al padre de la iglesia, mismo que se mostró confundido por la misma, pues sabía que no habían firmado ningún documento cómo ejido, además de ello, entendía que la explotación llevada a cabo tenía tintes de inhumanidad ya que los hombres cavaban jornada tras jornada sin apoyo de maquinarias, creando grandes cuevas de roca blanca que se hospedan entre las frondosas montañas de pinos que existen en la zona.

Visitantes en la entrada de la cueva artificial elaborada por años de trabajo ejidal.

“Nosotros veníamos de chicos a ver el lugar en el que trabajaban nuestros papás”, fueron las palabras que afirmó nuestra locutora, y mientras trataba de taparse del frío que para las 16 horas se hacía presente, nos explicaba la manera en la cual los adultos de la comunidad se organizaban para velar por las herramientas mientras se habían parado los labores, pero de eso ya habrían pasado más de tres décadas.

Al día de hoy ellas se encontraban en el lugar debido a que la asamblea ejidal desde hace dos años trata de impulsar la zona como un punto turístico, en el cual se pueda observar por un lado los amplios bodegones de tiza, que fueron tallados por las manos que extraían el material día a día, para que puedan observar la fuerza humana que ha existido en la modificación del ambiente de las montañas y barrancas ubicadas en una de las zonas más olvidadas del centro del país, justo frente a la comunidad de Santa María Ixcotla, en las tierras que pertenecieron a la hacienda “Blanca” en algún momento de la historia mexicana.

Mientras el sol continúa su trazo con rumbo a esconderse tras las montañas y barrancas de pinos en las que encuentra su asentamiento la mina, y el viento sopla desde el sur, configurando un cielo con nubes que se torna dorado y azul a los minutos, el gafete que cuelga del cuello de quien hace las de anfitriona se mueve y deja mostrar por un lado fotos de la mina, la fotografía de ella y su información, identificándose como autoridad designada por asamblea comunitaria para cuidar de las minas y con el siguiente tirón del viento el gafete gira y deja ver un sello peculiar: un señor con sombrero, bigote y carrilleras al pecho que apenas es visible; afirmamos que se refiere a Emiliano Zapata y con todo el animo del mundo nos lo confirman, sosteniendo que lo tienen como símbolo de la comunidad por que a partir de la lucha del Ejercito Libertador del Sur se obtuvo la tierra de la que goza la comunidad, la tierra y libertad.

 

¿Qué pasó con la empresa? Pusimos la pregunta en el calmado aire que soplaba y la respuesta obtenida fue que se dió a la fuga, pues al momento de investigarla no tenían ni registros, ni permisos, solo tenían a su merced la mano de obra proveniente de un pueblo explotado; un pueblo que a partir del evento decidió hacer realidad el “Tierra y libertad” sin importar que ésa tierra se encontrase en el subsuelo.

Agradecimos la información brindada a las autoridades de la zona, de Doña Consta y Doña Virginia y tomamos camino a la carretera en espera del escaso transporte que nos pudiese regresar a Tlaxcala; sin embargo ante la señal característica de una persona parada en la carretera extendiendo el dedo pulgar, una camioneta perteneciente a unos pasteleros del siguiente pueblo se paró, con la finalidad de darnos el respectivo aventón que evitó otra hora caminando sobre la autopista con rumbo a Tlaxcala.

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