Home Nacional Un maratón en las montañas del sureste mexicano

Un maratón en las montañas del sureste mexicano

Septiembre del 2024.

Hace semanas, los grupos de jóvenes zapatistas tuvieron reuniones para ver cómo podían promover el tema del común entre ellos y con los jóvenes partidistas.

Tuvieron entonces la idea de un maratón (de 23 kilómetros) en caminos de terracería con pendientes pronunciadas (es decir, “lomas” -como les decimos acá-).

En su plan se trataba de que no hubiera premios de beneficio personal entre los que ganaran.  En cambio, el objetivo era que el premio fuera una base productiva para empezar primero con los colectivos de sus pueblos.  De ahí el siguiente paso es que se puedan crear proyectos del común, donde se involucren a los jóvenes partidistas.

Los premios fueron entonces animales de pie de cría de pelibuey y de animales de granja.  Aunque las parejas de pelibuey serían para los primeros lugares, todas y todos los participantes tendrían la paga para comprar pollos e iniciar sus proyectos para granjas colectivas.  El GAL (Gobierno Autónomo Local) de cada pueblo, va a cuidar que se cumpla el compromiso y va a pedir informes.

Esto fue lo que me explicaron que harían y (son zapatistas pues), así lo hicieron.

Eligieron la fecha del 16 de septiembre para así celebrar el inicio de la guerra de independencia y el lugar que en ese proceso -y a lo largo de toda la historia de esta geografía llamada “México”-, tuvieron y tienen los pueblos originarios.

Según me cuentan los Tercios Compas de la zona (Nota: los “Tercios Compas” son grupos de jóvenes zapatistas que hacen el trabajo de medios de comunicación: desde tomar videos, editarlos, hacer grabaciones, programas de radio y sonidistas; hasta “cubrir” lo que acontece en sus pueblos, regiones y zonas), el maratón inició a las 3 de la mañana hora nacional (4 de la mañana hora zapatista suroriental), y, desde dos puntos de partida, convergerían en el Puy (o “caracol”) de Dolores Hidalgo.  Habría categoría de “jóvenas” y de jóvenes, es decir, de mujeres y varones.

Aunque no había límite de edad, se inscribieron unos 200 jóvenes y “jóvenas” zapatistas.  Su edad promedio andaba por debajo de los 20 años, pero la mayoría son jovencitas y jovencitos de entre 12 y 16 años.

Los grupos juveniles que no participan corriendo en el maratón, se organizaron de modo que unos cubran la salida con consignas de animación; otros de la llegada con porras y dianas; otros van en camiones animándolos en el camino por si alguien se desmaya, y con música y palabras del común a su paso por las comunidades; y otros se encargan de las pláticas sobre la independencia, la entrega de los premios a quienes participaron, y el baile del final.

Quienes llegaron primero lo hicieron unas 3 horas después de la salida.  Pero la mayoría todavía estaba a un tercio o la mitad del camino.  Se consultaron entre quienes eran coordinadores sobre si ya se recogía y se trasladaba en los camiones a los faltantes.  Se acordó que les fueron preguntando a quienes estaban en camino.

Según me cuentan, las compañeras a las que se les ofreció que se subieran al camión, lo rechazaron respondiendo, palabras más, palabras menos, algo como “Claro que no. De por sí vamos a llegar a donde hay que llegar, de repente dilata, pero vamos a llegar, aunque sea arrastrándonos”.  Al saber de esa respuesta, los varones tuvieron que negarse también a ser “rescatados”.

Y, en efecto, todas y todos fueron llegando.  En la noche bailaron.  Y así fue como transcurrió el festejo del 16 de septiembre… en las montañas del Sureste Mexicano.

Doy Fe.

El Capitán.
México, septiembre del 2024.

P.D. DE MORALEJA FRENTE A LA TORMENTA. – Hubo varones y compañeras que mantuvieron el paso y el ritmo, y completaron el desafío en los primeros lugares.  Los demás explicaban: “es que se prepararon con tiempo porque ya sabían lo que iban a enfrentar”.

P.D. CHISMOSA DE AUTOGOL DE GÉNERO. – El enviado especial zapatista en el lugar de los hechos me cuenta: “Los varones llegaron a la meta y se derrumbaron agotados.  Con calambres y cubiertos de tierra, tirados en la explanada del caracol, sólo escuchaban las consignas y la bulla.  Uno de los corredores confesó: “uh compa, acaso estoy pensando de baile, ahorita me duele hasta la gorra”.  En cambio, las compañeras sólo tomaron agua y preguntaron a qué hora iba a ser el baile.  Mientras un grupo de jovencitas reía y bromeaba entre sí sobre cómo habían terminado, una de ellas declaró: “Preguntamos de la hora del baile para ver si alcanzamos a bañarnos, o nos bailamos así como estamos de por sí, que ya somos del color de la tierra”.  Todas sonreían contentas.  Habían completado 23 kilómetros de una ruta ingrata, en cuyas lomas hasta los vehículos automotores batallan.

Mmh, creo que esto no lo voy a poner.  Sería reconocer que las compañeras tienen más resistencia que los compañeros, y la solidaridad de género me impide hacerlo.  Así que borren esta parte.

P.D. AL CHISME. – Y tal cual, a la hora que empezó el baile, sólo las jóvenas levantaban el polvo al ritmo de las cumbias.  Sólo después de un buen rato, y en lo que se llama “orgullo de género”, los varones se incorporaron.  Renqueando y haciendo muecas de dolor, pero sin perder la compostura, decían: “Estamos bien, es sólo un nuevo modo de bailar que acabamos de inventar y que se llama “Cumbia de Esto te pasa por no prepararte para lo que viene”.

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Ecos de un baile lejano y un teclado compiten con grillos desentonados.  Un chispazo y el olor de tabaco apenas delinean una figura en el dintel de la champa.  La noche es ya reina y señora en las montañas del sureste mexicano.  Arriba la madrugada, con una nagua de estrellas y una luna de borde mellado como medalla en el pecho, mueve las caderas al ritmo de la “cumbia del Común”.

De nuevo doy fe.
El Capitán.

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